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La lluvia, la más antigua creatura
—anterior a las estrellas— dijo:
"Hágase el musgo sensitivo y viviente."
Y se hizo su piel; mas
el rayo, golpeó su pedernal y dijo:
"Agréguese la zarpa." Y fue la uña
con su crueldad envainada en la caricia.
"Tenga —dijo el viento entonces,
silabeando en su ocarina— el ritmo
habitual de la brisa."
Y echó a andar
como la armonía, como la medida
que los dioses anticiparon a la danza.
Pero el fuego miró aquello y lo detuvo:
Fue al lugar donde el "sí" y el "no" se dividieron
—donde bifurcó su lengua la serpiente—
y dijo: "Sea su piel de sombra y claridad."
Y fue su reino de muerte, indistinto
y ciego.
Mas los hombres rieron. "Loca"
llamaron a la opresora dualidad
cuando unió al crimen el Azar.
Ya no la Necesidad con su adusta ley
(no la luna devorada por la tierra para nutrir sus hambrientas noches
o el débil alimentando con su sangre la gloria del fuerte),
sino el Misterio regulando el exterminio. La fortuna,
el Sino vendando a la Justicia -" ¡dioses!"—
gritaron los rebeldes— "leeremos en los astros
la oculta norma del Destino".
Y escuchó el relámpago el clamor desde su insomne
palidez,'—" ¡Ay del hombre!"— dijo
y encendió en las cuencas
vacías del jaguar
la atroz proximidad de un astro.
Cuadra, Pablo Antonio. "Mitologia del jaguar." Obra poética completa: Poemas con un crepúscula a custas, Epigramas y El jaguar y la luna. San José: Libro Libre, 1984. p. 63-64.