A pedradas nos agarra el cielo
Llueve sobre Managua
Agua fuerte
Aguafuerte de tardes cálidas
donde el verdor se incendia de humedad
y el vaho de un triste augurio
escribe nubes espesas.
Dioses deslenguados
lanzan mensajes sobre nuestra enclenque ciudad
de agujeros innumerables.
¿Qué dice la lluvia?
¡Qué nos advierte el desastre de los cauces
desangrándose en correntadas?
Apenas ha empezado Octubre
y un invierno agonizante nos cubre de prisas, paraguas
y deltas de fango en las esquinas.
Llueve agua sobre Sodoma y Gomorra
y la mujer de Lot no tiene siquiera salvación
de quedar convertida en estatua de sal.
Ah, de quien se atreva a volver hacia atrás
El agua, más insidiosa que el fuego, lo disolverá,
un vendaval de ceguera lo arrastrará
como endeble barco de papel
abandonado de la mano de algún olvidadizo capitán.
Ah, pero sordos a los malos presagios
nos encaminamos a la debacle saltando sobre charcos
alegremente remangándonos los pantalones.
Desde las cloacas, las ranas emiten cantos de sirenas
y cientos de rostros escuchan voces
que hablan de redenciones falsas.
Danza de la gente mientras el cielo a pedradas
advierte del inminente infortunio.
¡Ah, ciudad! Ah, país de furioso destino;
país amante, mi amante de rayos y tormentas
de tardes engañosa y plácidas.
Noches en que fuentes de pérfida grandeza
ensangrientan la oscuridad con los rojos reflejos
de un pasado que insiste en llamarse futuro.
Falsos profetas predican bajo el aguacero
la seductora verdad de la mentira.
Una palabra indebida, sin embargo,
y todo el acto de prestidigitación
se desplomaría.
El sombrero de mago dispararía balas
en vez de palomas o conejos.
Quedaría en evidencia la baraja marcada
con que viejos productos se venden como nuevos
a precios de oportunidad.
Estamos entre el aguacero y la descarga
atrapados en las correntadas de la perdición.
A diario sobre Managua
llueve a pedradas para que despertemos.
Aún habría tiempo para sacarnos el sol de la manga
e iluminar el escenario crepuscular
de nuestra Historia.
Sólo hacen falta las manos.
para detener la inundación;
las manos y la valentía
de nadar contra corriente.
La lluvia nos está hablando.
El cielo nos advierte a lágrima desbocada
los innumerables peligros del lodo
las correntadas, las avalanchas.
¡Escuchemos los presagios!
Lo digo en este crepúsculo de
primeros días de Octubre
bajo un cielo profundamente anaranjado.
Belli, Gioconda. “Presagios de la lluvia.” Mi íntima multitud. Madrid: Visor Libros, 2003. pp. 68-70.