En la imagen del satélite
el huracán Mitch
me recordó la primera vez
que vi hacer algodón de azúcar.
Memoria dulce de la infancia
suplantada por esta otra,
marga imagen
del cielo lanzando las aguas del diluvio sin aviso,
sin que ningún Noé de barba blanca
diera la voz de alarma
y nos acogiera en el refugio del Arca.
El agua se hizo lodo y habitó entre nosotros.
Un retumbo de volcán ahogado
y la gente fue arrancada de cuajo de la tierra,
del calor de los suyos.
Sólo quedó en sus pupilas la visión del último invierno de
sus vidas.
¿Dónde escondo este país de mi alma
para que nadie más me lo golpee?
Nicaragua herida sangra lodo
por las llagas abiertas de su corazón.
¿Quién te sanará país pequeño?
¿Quién te protegerá
ahora que hasta los volcanes
doblan la cresta anonadados.
Y llega el turno de sobar la piel de los ríos
y calmar la fiebre de los lagos.
¿Quién después de la cólera y el trueno,
te cantará una canción de cuna para apaciguarte
para que volvás a tener fe
y te alcés sobre verdes montañas
a divisar el horizonte?
¿Qué nos estás diciendo vos,
mi país de los aguaceros inclementes
agitando tu pecho suelto en llanto?
¿Será la lluvia un clamor?
¿Será país de mis selvas,
que tu canto de agua implora que te lavemos las heridas,
que te acunemos como niña cansada de llorar,
para que deponiendo nuestra humana miseria
arrullemos el trueno de tu desesperación?
Mi tierra de fuego y de agua
Hablaste con voz ronca de país endiablado.
Shsssss. Callate ya, paisito cansado de llorar.
¿Quién le canta una canción de cuna a Nicaragua?
Empecemos. Hagámoslo todos.
Hagamos la claridad
en este nuestro país suelto en llanto.
Duérmete Nicaragua
Duérmete mi amor
Duérmete paisito de mi corazón.
Belli, Gioconda. “Canción de cuna para un pais suelto en llanto.” Mi íntima multitud. Madrid: Visor Libros, 2003. pp. 76-77.