A la orilla del mar
el tiempo tiene su propio andar y es azul.
Soy una mujer que camina por las mañanas
entre palmeras
contemplando el océano a sus pies,
la que apacigua olas embravecidas
puliendo la piedra poma de su corazón.
Bordeando helechos y macizos de flores violeta
voy por la vereda donde pasean los ancianos
donde las madres se sientan a amamantar a sus niños.
Esta humanidad celebra la luz y la brisa
y se goza con los jardines de rosas
En el pasto, el hombre mayor se sienta a meditar
con los ojos cerrados
espalda a espalda con el joven
en posición de loto.
El hombre mayor inmóvil mientras el muchacho se balancea
casi
imperceptiblemente y sus ojos parpadean.
Quisiera ser como los ángeles
que escuchan los pensamientos secretos de los hombres.
Pasa una mujer con su perro de pelo brillante
Una niñera de mirada ausente cuida al niño pelirrojo.
Si pudiera escucharlas
me sentiría menos sola.
Las grandes ciudades tienen su manera de ser playas
y los seres humanos nuestro modo de ser arena diminuta
en la marea constante de la vida.
Belli, Gioconda. “Caminata matutina.” Mi íntima multitud. Madrid: Visor Libros, 2003. pp. 74-75.