En el descanso de la escalera
yo me dormía en el brazo de mi amo,
el cuerpo apoyado en la pared,
las orejas atentas y las manos cruzadas.
Con los ojos llenos de sueño,
desde el tapete azul, por el que nadie anda,
acechaba los ruidos de la calle
y percibía el paso de las sombras.
En las puntas de mis orejas crecía el silencio,
y porque en los cuartos de arriba
dormían las hijas de mi amo, yo guardaba su puerta.
Nunca las perdía de vista.
Echado en el descanso azul,
miraba con fijeza al vacío,
la parte más estratégica de la casa
entre el arriba y el abajo, entre el ayer y el mañana.
Al primer indicio de que estaban despiertas
entraba a saludarlas, y ellas se ponían contentas
al oír el jadeo de mi risa y el Mmmmmm de mi
voz
(yo no sabía qué decía, pero a ellas les gustaba oírlo).
No le pedía otra cosa al mundo
que echarme a las patas de la mesa
y lamer el plato de mi amo,
pues la vida del perro es espera y hambre.
Mis días pasaban sin remordimientos ni memoria,
viviendo en la eternidad del momento
como un animal o un dios.
A esto, los otros llama felicidad.
Así los años se contaron uno por siete,
así perdió fuerza la mano que me sacaba a pasear,
así se nublaron sus ojos y los míos,
así ya nadie vino al descanso de la escalera.
Aridjis, Homero. “Soliloquio de Rufus.” Poemas solares: Solar Poems. San Francisco: City Lights Books, 2010. pp. 78-80.