No se puede vivir bajo un árbol
espléndido
cortándole las ramas y a la vez su sombra,
aprovechándole sus frutos
sin alcanzarle nunca algo de aura buena,
y de este modo,
algo de aprecio y de afecto,
algo de abono,
algo de tu alma si le acariciaras
el alma que resguarda la corteza,
algo de agua que le dé a la raíz más energía.
Entonces le sabrías siempre de ánimo
y de ánimas ligadas al cielo
y tu alegría de hombre humano.
No se puede vivir impunemente bajo un árbol
generoso y útil,
y del que te aprovecharás alguna vez
de su integridad íntegramente:
de la raíz a las copas,
de cada hoja y su maestría de retener
para sí
un poco de sol y de lluvia,
de sus flores que expresan
la diversidad de luz del firmamento,
de su sombra del día
y de su sombra de la tarde.
Por las noches será de ti
la ternura y la sensatez del aire alisio
que agita el pabellón de sus ramas
No se puede vivir impunemente bajo un árbol
que solo crece para merecerte.
Para que sea tuyo
el volumen de mina de madera
que te la alcanza
y así puedas construir tu puente a la esperanza,
los muebles de tus días:
armario, sillas, tu mecedora amiga,
una casa de puertas y ventanas por donde entrará
el cielo, la brisa, el paisaje, la luz,
los espacios que hacen el conjunto de tu reino,
y bajo cuyo regazo,
la mesa del júbilo disfrutándola en familia y amigos
y con quienes puedes firmar un comunicado
a favor de la vida
y del gozo de ser ciudadanos capaces de celebrar
el cumpleaños de un árbol,
brindando con un vaso de vino cristiano.
Dávila Durand, Javier. “Não puede ser así.” La jungla de oro. Iquitos: Tierra Nueva Editores, 2008. p. 13.