La vida es un árbol de pie.
El bosque, la muchedumbre
en un parque con los brazos en alto
propiciando la unidad del aire
y del oxígeno,
del rocío del alba y de la noche,
de la lluvia que le fecunda al río
el mineral del limo.
El árbol forja de pie la vida.
Árbol en millones de veces
bajo tantos nombres,
sincerado al sol,
a su sombra,
al temporal imprevisto y a los veranos,
al rigor del rayo y de su sable
y al que falsamente le acaricia
para luego
marcarle otro destino.
El árbol a la vez ha multiplicado
su colectividad de dioses generosos
y de espíritus de luz de clorofila,
y airoso y pleno,
afronta ahora
a la devastadora motosierra
en su empeñada acción de guerra,
al tractor de ciclón de hierro,
al machete
que también es una espada de dos filos,
al hacha que la destaja,
al napalm beligerante,
al hierbicida,
al hombre
- esta hiena
este cuervo
este carroñero
esta termita
este roedor
este etcétera-
que le condena,
matemáticamente ilusionado,
a cuartón
a tablas
a ripas
a láminas
a carbón
que finalmente la arrasará.
Luego, como es obvio,
¡adiós patria y verdor latinoamericano!
¡Adiós! ¡Adiós!
Dávila Durand, Javier. “La vida, el arbol.” La jungla de oro. Iquitos: Tierra Nueva Editores, 2008. p. 11.