Estaba demasiado viejo el árbol
de la abadía,
en Ise.
El rostro vegetal erguía
mutilada estatua.
Años y centurías tatuaban grafismos
en su ardua corteza.
¿Deben ser heridas,
huellas,
estrujada piel de otros tiempos borrascosos?
Cuánta luz capturaría su altura imposible,
que sol en sus entrañas de dragón de madera
se apaga de veranos
sin fuego.
Al ver sus ramas tristes
y desperdigados en azul desierto
como huesos lisiados,
el árbol de Ise
es otro más lejano
que también ya pierde la sombra.
Los bosques son oscuros
al atardecer.
El imperio de su vastedad oculta la caída
del telón de fondo.
Sólo queda el árbol.
insolente a la crueldad
severa
de un hachazo implacable.
Dávila Durand, Javier. “Ise no ki.” Cerezo de alba sobre la pagoda. Iquitos: Tierra Nueva, 2003. p. 9.