Solito hace el mundo, lo organiza, lo equilibra
alzado en sí desde su intrincada raíz,
desde sus aletas facilitando esculturas
y desde sus bejucos multiplicados en un abrazo.
Se envuelve en la piedra de arcilla preliminar,
se junta a la caliza sustancial para darle unidad,
fortalece a la roca y a los farallones,
al lomo de cada Cordillera verde,
a la planicie del monte y a la azul montaña.
En la corteza, simiente de tanto universo,
su quehacer de sustancia vegetal.
Cualquier árbol la abreva y se le aúna.
En la ribera, le da muelle al viento,
al mar, al río, a la colina luminosa.
Y a su sombra, todos juntos:
guija y guijarro solidarios,
filtrados roquedales,
arañas cerrando coberturas,
matas de matas de hiedras,
altas orquídeas,
sogas de yagué cubriéndola,
anacondas ocultas en su secreto silencio,
lianas ayudándola a sostener el continente,
tortugas acumulándose una sobre otras
para alzar ojos y horizontes,
la musguería pegada al cariño de su universo,
la fauna bebiendo sus sombra
del que también disfruta el cocodrilo.
Finalmente, la estoica dimensión del renaco
grandioso.
La mole del verdor más bellamente extendida desde
sí misma.
y desde su nutrida y comunitaria familia.
Todas y todos juntos. Increíble.
¡La Naturaleza defendiendo a la Naturaleza!
Dávila Durand, Javier. “El renaco.” La jungla de oro. Iquitos: Tierra Nueva Editores, 2008. p. 33.