Amo los ríos seculares
y aquellos prolongados en la intimidad
y en el vientre vigoroso de la tierra.
A la sombre de un río,
el anónimo silencio devastado
y toda la explosión del Universo
en su corriente.
Amo los ríos infinitos,
y sin embargo
no está más cerca de mí el Nagara,
río forjado del rigor de las piedras,
pero lo siento abarcándome,
corriéndome,
forzándome
en las venas
la sangre del sol de la tarde.
Fieles montes riegan dos orillas,
y por la escritura del paisaje sé
de Dioses más antiguos
que el grafismo
y de espíritus mayores
en el canto de alba del hoohokekyoo.
El viento pasea mi lenguaje fluvial,
y en las alas de este colibrí
entretenido
en la flor del ciruelo,
se da la arrebatada Primavera.
El colibrí bebe la alegría
de mis ojos.
La bebo yo en los del ave.
En mis ojos el Nagara traza
su
rumbo.
Dávila Durand, Javier. “El Nagara.” Cerezo de alba sobre la pagoda. Iquitos: Tierra Nueva, 2003. p. 31.