Se forma el río Masuda de espejos
livianos
y fáciles de luz.
Reliquia luminosa, el sol
de la Primavera en el agua.
La orilla está llena de animales de piedra.
En aroma de brisas
se brinda el ciruelo.
¿En dónde cabe aquí
el Dragón de las Nueve Cabezas?
No es un río el Masuda.
Es un hilo de mar
arrebatado.
Lo apreciamos en la cola sucesiva
de serpiente molesta.
Por eso el río es más temido
que los fantasmas
de azufre
y fuego
del Monte Aso.
En la corriente es la ola el vértigo.
La noche me cobija de Primavera
y una paloma me hace regazo de luna.
La noche de cerezos negros
en los ojos de muchachas menudas.
El Masuda me agobia.
La noche dispone su alma en el río.
El río perfuma de sake las ciudades,
y el vino dulce bebo agradecido
en este país
del Dragón de las Nueve cabezas.
Dávila Durand, Javier. “El dragón de las nueve cabezas.” Cerezo de alba sobre la pagoda. Iquitos: Tierra Nueva, 2003. p. 27.